martes, 3 de mayo de 2011

Pasar desapercibido

Soy el hijo más joven del matrimonio más joven de una familia extensa. Creo que eso ya dice muchas cosas. Para empezar, mis hermanos y primos siempre me llevaron, como mínimo, cinco o seis años de diferencia, lo cual me permitió entrever ciertas cosas cuando, a mi temprana edad y con una falsa cara de inocencia, me escurría en esas pláticas de adolescentes y adultos fingiendo no entender una palabra.

Desde entonces descubrí dos cosas fundamentales: la primera es que la edad no brinda sabiduría -los adultos me parecían, me parecen aún, mezquinamente estúpidos-; la segunda es que pasar desapercibido es quizás el mejor privilegio que uno puede gozar cuando se quiere aprender rápido.


Así, mientras los demás crecían desechando sus ilusiones yo me esmeraba en alimentarme de esos mismos sueños postergados y frustrados. Pronto tuve mi propia colección de obsesiones y manías a las que, para bien o para mal, no renunciaría ya nunca.


Primero fue la música, a la que mi padre olvidó en pos de una carrera o un trabajo estable y con la cual mis hermanos siempre fantasearon. Intenté aprender piano a los 10 años por el deseo de tocar a Chopin pero desistí a los 12 por querer ser rockero. Hoy parece ridículo, y lo es, pero mi primera infancia transcurrió entre canciones de Caifanes, Nirvana o Alice in Chains, cuando el rock parecía representar no sólo a esa generación a la que yo no pertenecía sino toda una postura y una actitud que yo intuía ya no encontraría más adelante.


También estaban los libros. Mi padre, maestro de literatura, fue el responsable de contagiarme ese mal. Convencido de que la literatura puede enriquecer el alma del hombre me inculcó el amor a la lectura y, tal vez sin quererlo, el presuntuoso deseo de ser escritor. Lo peligroso de la literatura es que puede enseñarnos cosas que seguramente nuestros padres no quisieran que aprendiéramos. Digan lo que digan, por ejemplo, no es nada sano leer al Marqués de Sade o Baudelaire antes de sufrir los primeros cambios hormonales y, por favor, no dejen a Kafka al alcance de niños menores de once años: las consecuencias siempre serán muy graves. Pienso en lo que se siente engañar a todos haciéndoles creer que se está cultivando el intelecto al leer a la Generación Beat, por ejemplo. Porque lo único que se aprende de William Burroughs es a reconocer cuándo la droga está rebajada y a nunca mezclar metadona con morfina; lo más importante que te enseña Henry Miller es a estafar a tus amigos para no trabajar nunca y Malcom Lowry hace que el delirium tremens parezca una experiencia poética y hasta necesaria en la vida de todo hombre.


Son muchos los ideales que uno adopta cuando niño. El problema en todo caso no es ése, sino que al crecer uno puede enfrentarse a que el mundo donde esos ideales operaban como tales haya desaparecido y en su lugar encontrar algo tal vez demasiado terrenal, corrompible o vacuo. Hoy me vale madre ser rockero, me importa un huevo ser escritor y el arte –otra de mis primeras obsesiones- ya no es ese cliché romántico que algún adulto me vendió en mi pubertad. Hoy simplemente intento tocar la guitarra como más me plazca, escribo por el puro gusto de hacerlo e intento trabajar donde quiero y cuando quiero. Porque, al final de cuentas, todo ideal es un estereotipo y los estereotipos suelen ser demasiado escandalosos. Yo sigo prefiriendo pasar desapercibido, poner cara de inocente, fingir que no entiendo nada aunque tome nota y siga caminando.


4 comentarios:

  1. Dicen que los hijos menores siempre sufren ese complejo y por eso terminan volviéndose homosexuales.

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  2. ¿Eso es un insulto o sólo querías lucir tu gran ingenio?

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  3. Jajajaja, ¿qué onda con "Jacky"?

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  4. A mí también me gusta mucho esa idea de pasar desapercibido, ahí donde nadie sepa nada de mí, donde no puedan decirme, reclamarme, regañarme, inventarme, alabarme... aunque haya momentos en que sea inevitable. Prefiero más eso, como ese sueño de vivir en otra ciudad donde nadie nunca te haya visto y luego desaparecer... fuiste uno más, soy uno más... un cualquiera.

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